martes, 3 de enero de 2012

Los rostros de Huapalcalco, por Cristina de la Concha

Los rostros de Huapalcalco
por Cristina de la Concha


Se ha escuchado sobre los rostros de Huapalcalco, sobre las formas caprichosas con que las rocas del acantilado del Cerro de la Mesa nos muestran múltiples caras y, ese 15 de agosto de 2008, esta cámara se presentó ante él para verlas, contemplarlas y rendirles un tributo, rendirlo a la madre Tierra o rendirlo a aquellos que fueran los primeros pobladores de esta zona quienes quizás con algo intervinieron en las figuras de esas lápidas gigantes, al menos con su decisión de establecerse allí.
         Las más notorias tal vez son éstas que desde la pirámide se advierten: el rostro del hombre con un cigarrillo entre los labios y, más arriba, a la derecha, una cara de tres cuartos de perfil no tan notoria a esa distancia si bien es una formación que sobresale de la roca con facciones esculpidas donde destaca, en lo que vendría a ser la mejilla, sobre la boca, la luna blanca que es parte de las pinturas rupestres halladas en la zona.

             (fotos Huapalcalco 1 y 2)

Y debajo y arriba y a los costados de ambas caras, se pueden distinguir otras más, insinuadas, demarcadas, medio ocultas, misteriosas.
Y poco a poco van apareciéndose ante los ojos, ante la imaginación quizás, ante el deslumbramiento de quien las mira, ante el azoro que provocan, ante la duda y las interrogantes.
De la magnificencia rocosa del acantilado, en la energía que guarda, urdimbre de la Naturaleza, se desprenden efigies con carácter, con resignación, con orgullo y coraje, mostrando la solidez de un grupo ante la adversidad.
Como estar frente a la muchedumbre y de entre ella, difuminadas entre sombras de unos y otros, se distinguieran caras que, de tantas, se ven apenas, siluetas perdidas en la distancia, marcadas por los reflejos solares, unos trozos de figuras escondidas por otras asomando perfiles, pómulos, cuencas oculares, narices, mentones, entre cortes de piedra que simulan presencias invisibles, o escudos o armas o herramientas u objetos cualesquiera.
Acaso una turba que luchó en batallas es o la marcha de guerreros o la plebe empobrecida, o el gentío que reclama a sus gobernantes, pero todas en un conjunto de expresiones mantienen unidad, dan esa sensación de estar con ellos mismos solidarios, sin riñas, todos mirando al frente.
Más que eso, tal vez son una multitud ante su rey o una reunión multitudinaria o un pueblo aclamando o el retrato familiar para la posteridad.
Formas irreconocibles, objetos cualesquiera se acentúan; penachos y máscaras acaso, o utensilios y artefactos de gente de trabajo, guerreros, padres, madres, niños, sacerdotes, abuelos.
Personajes de un pueblo pintados con las diferentes tonalidades de la roca, protuberancias y grietas, salientes y hendiduras los esculpen adustos, humorosos y alegres, otros conformes, compasivos,  sumisos, lánguidos y sufrientes, algunos con pesadumbre o cansancio o con disposición y voluntad.
Semblantes lacerados, mutilados, resignados pero firmes, seguros.
Expresiones y miradas incorruptibles en la piedra, con la dureza de su materia y, no obstante, apacibles... humanas. Otras, caricaturescas pero... humanas.
Como si gesticularan en una conversación silenciosa unas y, más allá, durmientes y oradores, un niño parece estar en llanto, unas manitas se tallan los ojos, mientras, alguien fuma complacido.
Se miran como la concurrencia en un acontecimiento, más, quizá, como presentándose ante los visitantes pero, sobre todo, ante aquellos que desean verlos.
(foto Huapalcalco 3)